Gana la ineficiencia

El 8 de julio del año pasado Pacho O´Donnell escribíó en el diario Perfil esta columna. En su momento me llamó la atención. Hoy veo que nada cambió y por eso es bueno desempolvarla y perder unos minutos para recapacitar.


Centroizquierda e ineficiencia

El triunfo de Mauricio Macri se basó en una demanda colectiva de orden y eficiencia por parte de una población capitalina harta de la acorralante inseguridad, de la irritativa suciedad, del desbordado caos vehicular, del pésimo funcionamiento de los servicios públicos, de la absoluta impunidad para cortar calles, de la incontenida decadencia de las prestaciones educativas y sanitarias.

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Por Pacho O’Donnell 08.07.2007 03:01

El triunfo de Mauricio Macri se basó en una demanda colectiva de orden y eficiencia por parte de una población capitalina harta de la acorralante inseguridad, de la irritativa suciedad, del desbordado caos vehicular, del pésimo funcionamiento de los servicios públicos, de la absoluta impunidad para cortar calles, de la incontenida decadencia de las prestaciones educativas y sanitarias. Males ante los que los sucesivos gobiernos de centroizquierda que gobiernan Buenos Aires desde hace casi una década se han evidenciado impotentes. Surge entonces una pregunta crucial: ¿es la centroizquierda inevitablemente ineficaz? Esa sombra parece estar expandiéndose sobre los partidos de ese signo a nivel mundial. La centroizquierda acaba de perder elecciones en Bélgica, en España, en Suecia. En Francia el candidato vencedor, el centroderechista Sarkozy, expuso en su discurso de asunción algunos conceptos que resuenan más allá del país galo; nos guste o no nos guste, también en nuestra Argentina: “Hemos derrotado la frivolidad y la hipocresía de los intelectuales progresistas. El pensamiento único es el del que lo sabe todo, y que condena la política mientras la practica. No vamos a permitir mercantilizar el mundo en el que no quede lugar para la cultura: desde 1968 no se podía hablar de moral. Nos habían impuesto el relativismo. La idea de que todo es igual, lo verdadero y lo falso, lo bello y lo feo, que el alumno vale tanto como el maestro, que no hay que poner notas para no traumatizar a los malos estudiantes. Nos hicieron creer que la víctima cuenta menos que el delincuente. Que la autoridad estaba muerta, que las buenas maneras habían terminado. Que no había nada sagrado, nada admirable (…) Quisieron terminar con la escuela de excelencia y del civismo. Asesinaron los escrúpulos y la ética. Una izquierda hipócrita que permitía indemnizaciones millonarias a los grandes directivos y el triunfo del depredador sobre el emprendedor. Esa izquierda está en la política, en los medios de comunicación, en la economía. Le ha tomado el gusto al poder. La crisis de la cultura del trabajo es una crisis moral. Voy a rehabilitar el trabajo. Dejaron sin poder a las fuerzas del orden y crearon una frase: ‘Se ha abierto una brecha entre la juventud y la policía’. Los vándalos son buenos y la policía es mala. Como si la sociedad fuera siempre culpable y el delincuente, inocente. Defienden los servicios públicos, pero jamás usan un transporte colectivo. Aman tanto la escuela pública, pero sus hijos estudian en colegios privados. Dicen adorar la periferia y jamás viven en ella. Firman peticiones cuando se expulsa a algún okupa, pero no aceptan que se instalen en su casa. Esa izquierda que desde Mayo del ’68 ha renunciado al mérito y al esfuerzo, que atiza el odio a la familia, a la sociedad y a la República. Esto no puede ser perpetuado en un país como Francia y por eso estoy aquí. No podemos inventar impuestos para estimular al que cobra del Estado sin trabajar. Quiero crear una ciudadanía de deberes”. La centroizquierda argentina enarbola atractivos valores de solidaridad, de sensibilidad social, de no discriminación que, en la práctica, se ven oscurecidos por su horror a imponer orden, haciendo de autoridad y autoritarismo equívocos sinónimos. De allí que asiste paralizada a los cortes de calles y rutas por motivos fútiles que han sustituido a los que en un principio significaron una acción creativa y eficaz de muchos desplazados que reclamaban un lugar en la sociedad. Pero en los días que corren, con la anuencia gubernamental, asistimos a la angustiante coagulación del tránsito originada, por ejemplo, en que las estufas de algún colegio no funcionan adecuadamente. Ello es, protegido por un equívoco concepto de libertad, una acción autoritaria intolerable. ¿No ha llegado también el momento de legitimar a los cartoneros como una actividad organizada con sus centros de acumulación y de recogida, con sus premios por limpieza pero también con penalidades por una desprolija suciedad que parecería simbolizar un castigo que injustamente recae sobre toda la sociedad, diluyendo una culpa que tiene responsables identificables ? Otra de las razones del fracaso de la centroizquierda vernácula cuando debe gestionar administraciones nacionales, provinciales o municipales es la dificultad de tomar medidas impuestas por la lógica del gobernar pero que pudieran aparecer como lesivas para los trabajadores. Una consecuencia de ello es la creación de absurdos organismos fantasmas sostenidos con nuestros impuestos, como es el caso, entre otros muchos, de Lafsa, una empresa aérea sin aviones pero con muchos jefes y empleados, con la que se “resolvió”el problema de la crisis de las líneas aéreas privadas. Ello parecería dar la razón al ex presidente uruguayo Julio M. Sanguinetti, quien pregona que hoy es el centro (como pudorosamente se autodenomina la centroderecha) el movimiento progresista por su apego a la eficiencia y al desarrollo, en contraste con una centroizquierda inmovilista que apela al insaciable ordeñe de un “estado benefactor” hoy inexistente e inviable. Algo notorio en nuestros “progres” es la repetición agotadora de clichés ideologistas que hicieron crecer en la población la convicción de que en vez de ocuparse de los afligentes problemas que la acosan todos los días, aquellos parecen más ocupados en la reivindicación de la lucha armada de los setenta, en la demonización de los noventa (a pesar de que es público y notorio que, desde el presidente Kirchner para abajo, casi todos los que hoy nos gobiernan desempeñaron funciones relevantes durante esos años), en las leyes que legitiman los vínculos homosexuales, en el debate sobre el control de la natalidad o el aborto, temas que indudablemente merecen atención pero que no deberían aparecer sobreponiéndose o compitiendo con el temor al asalto o al crimen, a los insólitos tiempos de espera en los hospitales, al deterioro de los valores morales, a la decrepitud de programas e instalaciones educativas, etc. El arrogante enarbolar consignas ideologistas adquirió ribetes de ridículo durante la reciente elección capitalina cuando los rivales de Macri lo acusaban de centroderechista (sin duda lo es) como si a los electores les resultase claro diferenciarlo de los autocalificados como centroizquierdistas. Es otro caso de usurpación de título porque ni el candidato del sector ni sus valedores podrían resistir un examen de sincero progresismo. Como si las historias personales pudieran borrase por el simple expediente de enunciar convicciones contradictorias con aquellas, apostando irritantemente a la supuesta desmemoria colectiva. Las urnas demostraron la hipocresía estratégica. Esto también afecta a la capacidad ejecutiva de nuestra centroizquierda: la hipervaloración de lo proclamado como sustituto de lo realizado. Hacer es lo mismo que proponer, gobernar es lo mismo que anunciar. Ello sostenido por una infatuada convicción de ser dueños absolutos de la verdad, lo que los lleva, por ejemplo, a la infausta afirmación del candidato “progre” acerca de que quienes lo votaron fueron los ‘inteligentes’, valoración despectiva de más de la mitad del electorado, del “pueblo” al que imaginan interpretar a pesar de un divorcio que se sostiene con terquedad a lo largo de los años. Seguramente culpa del “pueblo”… Algo que debería diferenciar a la centroizquierda es el honrado manejo de los fondos públicos, puestos al servicio de los intereses de los sectores populares. Lamentablemente, ello también quedó cuestionado por la presunción y evidencia de gravísimos casos de corrupción que no se diferencian de los de los denostados noventa. Además, los subsidios otorgados a nivel nacional con escasos o nulos controles, o los sospechables fondos fiduciarios, no favorecen la imagen de un gobierno que debería hacer de la probidad un inalienable principio republicano y progresista. Ni hablar de la bolsa de papel en el baño… Conclusión: la centroizquierda tiene consignas mucho más atractivas que la centroderecha pues, por ejemplo, le pertenecen con exclusividad las reivindicaciones por los derechos humanos, pero su ineficiencia en el gobernar y su vacuo ideologismo ha vuelto a poner en valor aquella consigna de “paz y administración” enunciada por uno de los próceres más denostados por el progresismo, Julio A. Roca. Difícil le será lograr éxitos electorales si no logra transmitir una imagen de eficaz preocupación por los problemas más acuciantes de la sociedad.

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