Orsai está en mis manos y espero el N° 2

Unos dicen tarde pero seguro. Yo, en cambio, prefiero el justo a tiempo. Reniego de los comentarios sobre libros y revistas cuando ni siquiera se le hincó el diente al producto. Este es mi caso con Orsai, la revista/libro que de la mano de Hernán Casciari conoció la luz a principios de enero. Mi comienzo con el ejemplar fue con bronca, ya que mi dealer (llámese distribuidor) no llegó a tiempo a tomar mi reserva. Fue así que primero me la imprimí y luego la pude tener en mis manos. Página a página fui descubriendo un fenómeno literario digno de seguir comprando, con plumas conocidas (como Carolina Aguirre, la creadora de Bestiaria, y sus bemoles para volver a ser flaca), o Hernán Iglesias Illa (leí con asiduidad su blog Hernaii.net), o el relato de José Luis Perdomo sobre ese titán del fotoperiodismo que es Enrique Meneses... Pero me detengo en la radiografía de José A. Pérez sobre la ETA (hasta aquí llegué por ahora, pero espero terminar estas líneas para seguir leyendo Orsai) que me trajo a la memoria un recuerdo de mis años en las redacciones. Sin entrar en mayores detalles sobre el medio en cuestión y el personaje que cometió semejante gafe, se trata de uno de las mayores barbaridades que, por suerte, no llegan al papel, ese mismo que hoy entró en cuestionamiento y que coloca en una postura de dualidad a muchos periodistas. Era un sábado de 1997 y el grupo separatista vasco ETA había matado al concejal Miguel Angel Blanco. Yo estaba editando la sección Internacional del diario del domingo y maldecía en mil idiomas porque a la hora de cierre aún no había llegado una fotografía del difunto político ni de las multitudinarias movilizaciones que tuvieron lugar en toda España. Pero además, como tenía tiempo para cambiar a último momento, tampoco había en nuestro archivo una fotografía de Herri Batasuna (Unidad Popular en idioma euskara) que se encontraba reunido para analizar la situación. Tal era mi apuro por el cierre (los que pisaron alguna vez una redacción entenderán la cuestión) que mis insultos llegaron al escritorio de al lado donde se sentaba el secretario general de redacción, el personaje del error máximo de ese día y de lo que conozco de la historia del periodismo. Ofuscado por el cierre y por mis insultos, éste tomó el teléfono y quiso hacerle entender a los del archivo que hablaba el jefe máximo de la redacción y que con carácter de urgencia enviara... una carita de Herri Batasuna para completar la edición. Es el día de hoy que la historia causa hilaridad... En fin, una de las tantas historias que se tejen en una redacción.

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