Si te van a matar, no te suicides
Antes que nada querría darle las gracias al patronato de la Escuela de Periodismo por invitarme hoy a estar aquí y a dar esta charla. La Escuela de Periodismo de EL PAÍS-UAM tiene ya 26 años y en actos similares a este han intervenido periodistas a los que admiro mucho (algunos están sentados en esta misma mesa) y de los que he aprendido lo bueno que sé de este oficio. Quiero darles las gracias aquí expresamente.
Decía que, en total, antes que yo han hablado aquí 25 conferenciantes en 25 años… Y yo soy la primera mujer. Como hay ahora mucha polémica con este asunto, dejen que empiece diciéndoles: señoras y señores, queridos amigos y amigas, compañeros y compañeras, queridos profesores y profesoras.... me paro aquí. Podría resumir diciendo: queridos alumnos y queridos periodistas, pero si he hecho esta larga enumeración no es porque quiera discutir sobre gramática, que tiene sus propios expertos, sino para que quede claro que pienso que las mujeres en este oficio seguimos siendo demasiado transparentes.
Pero este no es el tema de la charla.
Tengo una amiga que es un fenómeno en Internet y en todas las nuevas tecnologías aplicadas a la comunicación y que se esfuerza en evangelizarme en esta nueva fe. Yo me dejo evangelizar encantada porque estoy sinceramente deslumbrada y agradecida a estas tecnologías. Lo estamos todos los que empezamos en este oficio cuando había que depender de una máquina infernal que, gracias a los dioses, ha quedado completamente obsoleta, que se llamaba télex. Sufríamos como locos con aquellas cintas llenas de agujeritos y con las miles de maniobras que teníamos que hacer para llamar por teléfono o, peor aún, para conseguir cualquier papel, conferencia, libro o documento que necesitábamos para el trabajo que tuviéramos entre manos y que ahora logramos con un simple clic.
Todas aquellas angustias que entorpecían nuestro trabajo no servían para nada, salvo, quizás, para forjarnos el carácter en la adversidad y para alentar nuestra cultura del esfuerzo, de la que tanto se habla hoy en día.
Así que, ¡¡cómo no estar deslumbrada por todas las posibilidades que se han abierto gracias a esas nuevas tecnologías!!
Cuando miremos para atrás dentro de unos años, cuando miren ustedes para atrás, se darán cuenta de que, antes que nada, esta fue una época apasionante para el periodismo. Una época de auténtica conmoción, que ustedes tuvieron la oportunidad de presenciar en primera fila; mejor todavía, la oportunidad de ser los protagonistas. Los que acaban hoy el máster, los que inician este año su formación, serán los protagonistas de una formidable transformación y, si hay algo irresistible para un buen periodista, es estar ahí, asistir a un cambio radical, ser testigo de una revolución.
Obviamente, esta transformación no se limita a la aparición de nuevas herramientas. Sería demasiado simple. Es mucho más. Lleva aparejada también un profundo cambio del modelo de la empresa periodística, que es ya una empresa de comunicación y, si me apuran, de telecomunicación, un cambio del modelo de negocio, y, consecuentemente, de las formas de trabajar; una revolución, incluso de conceptos que parecían inconmovibles y que han saltado por los aires. En algunos casos, ya se observan los fundamentos de la nueva obra que se está levantando. Pero en otros, nadie sabe todavía como proseguir ni en que acabará el nuevo edificio.
Lo que los periodistas hemos constatado siempre es que en todos los periodos de cambios radicales, en todas las transformaciones tan brutales como esta a la que estamos asistiendo, suele haber muertos. Decenas de muertos por el camino. Y la pregunta que nos hacemos no es cuántos periodistas quedarán en el camino (que son muchos), sino si el propio periodismo será una de esas víctimas, porque las transformaciones le lleven a ser engullido por esa cosa mucho más extensa, y muy diferente, que es la comunicación.
Lo más triste es que de puro miedo a que nos maten, los periodistas terminemos pegándole un tiro al periodismo. De ahí el título de esta charla, que puede parecer un poco extraño: si te van a matar, no te suicides.
Yo creo, he creído siempre, que no hay nada más tonto que dejarse matar dando facilidades. Y eso es lo que nos puede pasar, si no reflexionamos, sin miedo, sobre lo que está ocurriendo.
Esto va muy deprisa, evoluciona rápido y de manera impredecible (casi como la Unión Europea, diría yo) y la capacidad de influir que tenemos los periodistas en esta vertiginosa transformación parece estar cada día, cada minuto, más en declive. Nuestro papel en el debate es cada vez menor y ese es un dato relevante.
Como reconoce mi amiga, la evangelizadora, que tiene un gran sentido del humor: "Estos serían unos momentos maravillosos para el periodismo, si no fueran tan terribles".
Les voy a explicar las muy variadas posibilidades que tenemos los periodistas de suicidarnos. Una especie de suicide, mode d´emploie que diría un francés, con la pretensión de que, si las identificamos, quizás podamos huir de todas las oportunidades que se nos presentan, y se nos ofrecen, de abrirnos las venas.
a) Una manera de suicidarse es creer que el periodismo es "nuestro", de una generación determinada de periodistas, que nos hemos convertido en sus guardianes, en los guardianes de sus esencias y que somos los únicos con derecho o autoridad para ejercer su control. Esa es una idea bastante letal y funesta, porque lleva a no aceptar cambios, a negarse a ver las nuevas realidades y, sobre todo, porque impide precisamente lo que más necesitamos, un debate abierto entre periodistas de todas las generaciones y de todos los distintos medios, que nos permita recuperar influencia como profesionales.
Creer que hay un grupo que debe proteger al periodismo de los cambios o de nuevas influencias es absurdo. Nos suicidaremos si, entre todos, no favorecemos el debate y el análisis de esas nuevas transformaciones, muchas de ellas imprescindibles, pero algunas de ellas absolutamente contraproducentes.
Hay que hablar sobre los beneficios de la rapidez, de la conectividad, de la interrelación con los ciudadanos, pero también de sus inconvenientes, de sus peligros, de lo que favorece y de lo que perjudica al trabajo periodístico.
Las utopías regresivas no valen de nada. Pero tampoco hay que tener miedo a decir qué cambios creemos que perjudican el trabajo periodístico.
Por ejemplo, yo creo que uno de esos cambios que perjudica es creer que la conversación con los lectores, la intercomunicación, puede sustituir a la indagación de los hechos; que, como veremos más adelante, para mí es la esencia de este oficio.
b) El problema no es si sigue existiendo el periódico en papel o en la tableta.
El problema es: qué es el periodismo en esta nueva época, cómo le afectan esas nuevas herramientas y si esas herramientas y nuevos procesos pueden deteriorar, o romper incluso, las reglas básicas de nuestra profesión.
Y merece la pena también plantearse si sigue existiendo el concepto mismo de periódico. Que como su nombre indica, no está relacionado con la instantaneidad sino con la periodicidad, con la fijación de agendas y con la valoración propia, e interpretación, de un momento fijo.
A mí me da igual el papel o la tableta. Lo que no me da igual es si sigue existiendo el periodismo o no. Aunque, todo sea dicho, tengo una relación de agradecimiento con los lectores del papel, una especie de historia de amor. Son seguramente pocos, en relación con los millones que acceden a nuestro trabajo hoy día a través de la web, pero han sido lectores fieles, durante decenas de años, y nosotros hemos procurado serles leales. Como comprenderán, no quiero hacer nada que pueda acelerar el fallecimiento de ese grupo de personas, ni tan siquiera que les ponga en una situación incómoda. Yo, personalmente, les debo mucho, les estoy muy agradecida y les tengo un gran respeto.
c) Otro modo de suicidarse es confundir periodismo y comunicación.
Cuanto más sé del mundo de la comunicación, más exigente me vuelvo con el mundo del periodismo. ¿Todo es periodismo? Desde luego que no. Quizás todo es comunicación, pero el periodismo tiene reglas, normas y objetivos determinados.
Uno de los mayores peligros de esta apasionante etapa es que se confunda las dos cosas, que la formidable fortaleza y expansión de la comunicación asfixie al periodismo y a sus reglas, como algo antiguo e innecesario.
El peligro es que vayamos olvidándonos de esas reglas, porque las nuevas herramientas presionen tan fuertemente sobre ellas que no seamos capaces de defenderlas. Tenemos que hablar de todo esto.
¿Qué reglas son esas? Las que elaboraron Kovach y Rosenstiel en su libro "Elementos del periodismo" son un buen resumen. Seguramente, los que acaban hoy el máster ya las conocen. Pero no viene mal recordarlas de vez en cuando:
"La primera obligación de un periodista es la verdad. Debe lealtad ante todo a los ciudadanos. Su esencia es la disciplina de la verificación. Debe mantener la independencia con respecto a aquellos a quienes informa. (Y con respecto a sus fuentes, diría yo). Debe ejercer un control independiente del poder..."
También puede ser una buena regla para los periodistas no pensar nunca en "usuarios", sino en lectores, oyentes, televidentes, que es algo más personalizado. Es como cuando los médicos hablan de "clientes" en lugar de "pacientes". La confianza en el médico sufre un bajón muy explicable.
Con "usuarios" se consigue, sin duda, mucha audiencia. Pero con "lectores, oyentes y televidentes" se consigue influencia, que es algo a lo que debe aspirar el periodismo.
La influencia del periodismo en basa en su capacidad para imponer agendas públicas, agendas relacionadas con el interés público (del que hablaré más adelante). Es algo que es realmente difícil en la actualidad, debido a la enorme fragmentación de los medios en los que los ciudadanos buscan su información, pero que debe seguir siendo uno de los grandes objetivos del periodismo. Influir es: decir explícitamente las cosas sobre las que creemos que hay que hablar colectivamente.
Esas agendas públicas son también las que marcan las diferencias con la prensa amarilla o sensacionalista, porque ese tipo de medios lo que quiere es imponer una propia como si fuera pública. El ejemplo más claro son los sucesos puestos en primera página. Si aparecen en la sección de sucesos, invitan a la reflexión sobre la insondable condición del ser humano. Si aparecen en la primera página, exigen declaraciones sobre la pena capital, la cadena perpetua o la reforma de incontables leyes (sobre todo, si afectan a los menores).
Las agendas públicas que el periodismo quiere imponer tampoco tienen nada que ver con losTrending Topic, que son otra cosa.
De hecho, los trending topics que han batido récords de cientos de millones de citas, como la muerte de Michel Jackson o los papeles de Wikileaks, no son consecuencia de una voluntad de fijar agendas.
La muerte de Jackson fue un hecho que marcó la agenda por sí mismo. Y los wikileaks fueron una agenda marcada por otros medios de comunicación, no en Twitter o Facebook, que se limitaron más bien a rebotarlo o glosarlo.
d)Ya he mencionado las reglas que enumeraron Kovach y Rosenstiel. Me gustaría también recordar las recomendaciones de Albert Camus a los periodistas. Sus reglas. Eran estas:
"Reconocer el totalitarismo y denunciarlo. No mentir y saber confesar lo que se ignora Negarse a cualquier clase de despotismo, incluso provisional".
Si olvidamos estas recomendaciones estamos en peligro de perder el orgullo de esta profesión, que es algo más importante de lo que les puede parecer.
No sé si se han dado cuenta de que en muchas de las películas de hoy día los periodistas son unos canallas de tomo y lomo. Antes no era así. Incluso en películas tan críticas como Primera Plana, el protagonista, Jack Lemmon, era un reportero decente que buscaba la verdad.
Precisamente, es muy fácil caer en ese descrédito si los periodistas no creemos que existe la verdad. Una verdad de los hechos que queremos y debemos contar. Quieren convencernos de que no existe la verdad. Pero existe, claro que existe. No se trata de verdades filosóficas, ni religiosas, ni judiciales, sino de la verdad relacionada con los hechos.
Es esa verdad la que ayuda al sostenimiento de la democracia, porque le da al ciudadano instrumentos para llegar a sus propias conclusiones. Que les proporciona conocimientos necesarios para ser más autónomos.
Los periodistas que no creen en esa verdad, no creen en ellos mismos y, además, han perdido algo fundamental: la lealtad al ciudadano, de la que hablaba Kovach.
El descrédito del periodismo viene cada vez más unido del descrédito de la democracia y entraña los mismos peligros. Los periodistas hemos sido, y somos, responsables de buena parte de ese descrédito, hemos ayudado a esa pérdida de reputación, porque no cumplimos con nuestras obligaciones.
Somos responsables, porque nos falta independencia, porque no cumplimos con la obligada verificación, ni con la obligación de controlar los poderes. Porque no creamos los foros de discusión crítica, que deberíamos promover. Porque, como denunciaba Camus, ejercemos el despotismo, amigándonos con las fuentes.
En momentos como estos, colaborar con ese descrédito es mortal para esta profesión. Alguien dijo que hacer funcionar lo público es competencia de la izquierda. Pues bien, hacer funcionar el periodismo es competencia de los periodistas. No se retiren del debate. Participen. Y tengan autonomía en esa discusión. Seamos abiertos, pero no sean ingenuos.
Tenemos que hacer un mayor esfuerzo. Este oficio es más difícil de lo que creemos. Difícil, porque esta vez la discusión se produce al mismo tiempo que una transformación del modelo de negocio. Es inevitable que esas incógnitas afecten al modelo de periodismo que se practica.
Es verdad que las empresas necesitan ganar tiempo para definir el modelo de negocio. Los periodistas necesitamos también ganar determinación para defender un periodismo que merezca ese nombre y que no se convierta en un sucedáneo de comunicación.
Si quieren que les diga la verdad, siempre me he sentido cómoda trabajando para una empresa periodística, en la que los espacios estaban muy bien definidos. Seguramente eso es algo que ya ha cambiado para siempre y no merece la pena ni discutirlo. Pero hay cosas inquietantes en la nueva situación.
Por ejemplo, me preocupa que ahora el periodismo de investigación, el periodismo de calidad, esté siendo financiado en Estados Unidos, sobre todo, por fundaciones sin ánimo de lucro, porque eso quiere decir que las grandes empresas periodísticas norteamericanas ya no se lucran del periodismo de calidad y de investigación. Y eso me parece peligroso.
Peligroso que desaparezca el papel de la empresa como impulsora del periodismo de calidad. Si el periodismo de investigación tiene que depender de la filantropía, malo. Malo también que se confíe e impulse exclusivamente el periodismo público, el periodismo amateur, como si pudiera sustituir al profesional.
Porque si para saber qué sucede en Homs basta Twitter, Facebook o los blogs de quienes viven en la ciudad, ¿por qué fue allí y por qué murió Marie Colvin?
Yo conocí a Marie Colvin. Ella era la jefe de la oficina de la agencia norteamericana UPI cuando yo era corresponsal de EL PAÍS en París y tenía una oficina en la UPI. Muchos días comimos juntas. Era un periodista magnífica.
Yo no creo que su trabajo en Homs pudiera haberse hecho mirando los twitters desde París o leyendo los blogs desde Nueva York. Colvin fue a Homs porque su testimonio era importante. Ella trabajaba con unas reglas y ella buscaba la verdad de los hechos. Indagaba la verdad de los hechos.
e) Otra manera de suicidarnos es rendirse a la prisa. Siempre ha habido prisas en este oficio. Desde aquellos tiempos en que Reuters decidió enviar una paloma mensajera para adelantar algunas informaciones económicas, siempre hemos tenido que trabajar bajo presión. Pero una cosa es trabajar con prisas y otra, suprimir completamente el contexto de los hechos para ganar tiempo. La instantaneidad es un fenómeno formidable, pero no debe suplir a la obligación de proporcionar ese contexto.
Por eso creo que necesitamos los periódicos, sean en papel o en tabletas. Un periódico es una publicación que transmite hechos, contextos, análisis y opinión al respecto de esos hechos en un momento concreto. Además genera un espacio público de discusión, de discusión política, no de comunicación.
Para eso hace falta tiempo. Para hacer un periodismo molesto. El periodista británico John Wilson llamó la atención sobre la obligación de ejercer un periodismo "irrespetuoso", pero responsable. "Los periodistas", dijo, "cuestionan temas que mucha gente prefiere que se dejen en paz, amenazan valores que cohesionan una sociedad cuando creen que tienen motivos para ello, erosionan el respeto si tienen datos que revelan que ese respeto está mal emplazado y agitan las instituciones en las que la sociedad confía para su estabilidad si descubren que no cumplen su función. En definitiva, iIuminan problemas intratables, sin tener en cuenta si eso hace más y más difícil la posición de un Gobierno. Y destruyen la confianza en individuos que no se la merecen".
Reconocerán que para hacer todo eso hace falta un poco de tiempo. No se puede ni se debe hacer sin verificación e indagación. Hacen falta reglas. Normas conocidas y respetadas que merezcan la confianza de los ciudadanos.
Si tienen dudas sobre cómo se hace todo eso, pueden leer el libro Ifigenia en Forest Hill, de la periodista Janet Malcolm, que acaba de salir y que es un reportaje magnífico sobre un juicio, ejemplo de todo lo que acabo de decir.
Si no hacemos todo eso de acuerdo con reglas, perderemos definitivamente la confianza de los ciudadanos. Una confianza que todavía hoy, pese a todos estos problemas, tenemos. Por lo menos, el último informe del Pew Center asegura que cuando pasa algo importante, los ciudadanos siguen buscando masivamente su información en medios de comunicación conocidos.
f) La peor manera de suicidarse es dejar de indagar los hechos y limitarse a vocear las distintas versiones. Eso no es periodismo. Volvemos a la comunicación, que consiste en compartir mensajes, y no en averiguar qué tienen de cierto.
Periodismo, insistamos, es indagar en hechos, acontecimientos que tienen interés público y hacerlo respetando unas reglas.
¿Qué es de interés público?, se preguntan algunos. Desde luego, no lo que más interesa al público, sino algo muy distinto.
La definición más clara que he encontrado es la que proporciona el Código de Práctica de la Press Complain Commission, del Reino Unido. Dice así:
"Es de interés público detectar y exponer delitos o graves fechorías. Detectar o exponer una seria conducta antisocial. Proteger la seguridad y la salud pública. Evitar que los ciudadanos sean confundidos por declaraciones o hechos de un individuo". (Especialmente si su conducta no se ajusta a lo que predica)
Los periodistas deben creerse estas reglas y estos objetivos porque es lo que da sentido a su trabajo. El gran periodista polaco Kapuchinsky decía que este no es un oficio para cínicos.
Él se hubiera quedado frío si le hubieran dicho, con la nueva terminología comunicacional, que era un smart aggregator o un sense maker. Son palabras nuevas para cosas antiguas. Como cuando se dice que la banca esta "apalancada" y los ciudadanos "endeudados". Significa simplemente que los dos tenemos un agujero. En este caso, igual. Los smart aggregator y los sense makers son periodistas que investigan y que proporcionan contexto, sentido y comprensión a lo que sucede.
Los periodistas mexicanos que arriesgan su vida analizando lo que sucede en su país, y que merecen toda nuestra admiración, son sense makers. No importa como se les llame siempre que no se confunda qué hacen. En el fondo, lo que importa es el emocionante texto que hicieron público algunos periodistas guatemaltecos, quizás los más amenazados del mundo:
"Nadie dijo que fuera fácil para los periodistas perder el miedo ante los poderosos. Pero, ¿para que sirve el periodismo, si no es para que el resto de la sociedad tenga información con la que enfrentar esos miedos?".
El periodismo de indagación sigue siendo un trabajo importante para la sociedad. Exige contexto, credibilidad, testimonio, verificación. Todas esas técnicas exigen un cierto tiempo y no deben abandonarse por ninguna circunstancia. Eso es algo que debemos tener claro. Si lo abandonamos, nos suicidamos.
Es peligroso limitarse a escuchar lo que quiere la audiencia. Eso no es el centro del periodismo. No es eso lo que piensan los periodistas guatemaltecos. Ellos ofrecen a sus compatriotas instrumentos de conocimiento de su sociedad, los pidan o no, sepan que los necesitan o no.
g) Termino ya. Nadie sabe nada del futuro. Los periodistas, menos que nadie. Limitemos a describir lo que pasa en el presente y expliquemos por qué pasa.
Las relaciones de los periodistas con el futuro son muy traicioneras. Solo después de analizar el presente y de explicarlo, podemos limitarnos, quizás, a decir lo que queremos para el futuro, pero poco más.
Las utopías regresivas no sirven de nada. Pero tampoco nos suicidemos con utopías venideras. Nosotros, a lo nuestro. Perdamos esta especie de cultura defensiva que nos atenaza y nos paraliza y empecemos a pensar y a discutir.
El periodismo ha servido a la democracia y a la sociedad y sigue siendo vital para su sostenimiento. Sobre todo en estas épocas de incertidumbre.
Periodismo sigue siendo la indagación de los hechos en busca de la verdad. Pero para saber indagar en los hechos, para saber preguntar por la verdad, hace falta tener entrenamiento y oficio. Y orgullo y determinación.
Salud, compañeros….. y compañeras.
Este texto es la conferencia pronunciada por Soledad Gallego-Díaz en la inauguración del 26º curso de la Escuela de Periodismo EL PAÍS-UAM, el 15 de marzo de 2012.
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