El escándalo en torno a la Mona Lisa austríaca, la gran obra de Klimt

Un domingo de lluvia y soledad en Nueva York decidí recorrer la zona del Central Park y viwitar el Neue Gallery. Ahí quería apreciar sólo una obra, La dama de oro de Klimt. Me senté y el impacto fue inmenso. Desde la mirada hasta el retrato en general me dejó paralizado. Fue el instante en que quise dejarlo plasmado en el celular, sin flash, obvio, pero una persona me pidió amablemente que no lo hiciera. Es por eso que sólo pude hacerlo de “asalto”, desde una puerta. Pero dejo aquí la historia, que publicó hace dos años Cultura Colectiva, qué hay detrás del retrato que hizo Gustav Klimt de Adele, rodeada de política y por qué está expuesta en Nueva York.
El retrato de Adele Bloch-Bauer —conocido también como La dama de oro—, hecho por Gustav Klimt, ha captado la atención del imaginario colectivo a nivel mundial durante muchas décadas; no sólo es una de las obras de arte más valoradas del mercado, sino que la imagen se ha reproducido múltiples veces en distintos objetos, incluso existe una muñeca de colección inspirada en Adele; sin embargo, muy pocos saben la lamentable historia que cuenta este lienzo. Para la época en la que fue confeccionada, tomaban auge muchos movimientos intelectuales y culturales de gran relevancia en Austria; Sigmund Freud desarrollaba sus teorías del psicoanálisis, Richard Strauss componía "Electra" y la Secesión vienesa se encontraba en todo su apogeo. Esto último fue un movimiento que se conformó gracias a un colectivo de artistas y que el pintor simbolista austríaco Klimt ayudó a fundar, cuyo propósito era oponerse al academicismo y abrir sus puertas a nuevas propuestas artísticas de pintores jóvenes. En aquel momento, la ciudad era el centro de grandes avances y coexistían importantes pensadores que intercambiaban diferentes conocimientos. A principios del siglo pasado, podía observarse una profunda complejidad en la sociedad de Viena; su multiculturalidad se veía reflejada en la composición de su población, ya que existían muchos migrantes provenientes de Bohemia, Moravia y otros eran de origen judío. Este último grupo, aunque era muy reducido, tenían gran influencia sobre la economía del país, pues eran dueños de poderosas instituciones financieras y de grandes empresas. Es posible que esta situación provocara cierto tipo de rechazo hacia los judíos y se alzaran protestas antisemitas, sobre todo en épocas de crisis. El pintor austríaco Gustav Klimt era hijo de inmigrantes de la región de Bohemia; tuvo una trayectoria muy agitada y desde temprana edad se apartó del tradicionalismo que acompañaba la pintura vienesa de aquel tiempo. Este camino le hizo ganar muchos repudios y, a la vez, numerosos adeptos; además, se sabe que tuvo muchas amantes y el erotismo fue un aspecto que siempre le interesó, lo que logró plasmar de manera magistral en su obra. Cuando empezó a dibujar a Adele ya acuñaba cierta fama y era retratista de personajes adinerados. El esposo de Adele, un acaudalado productor azucarero, fue quien lo contrató y apostó por su innovadora forma de hacer arte. Empezó el proyecto en 1903 y tardó alrededor de tres años para concluirlo, además, la mujer se convirtió en la única mujer retratada dos veces por el pintor; algunos biógrafos del artista especularon sobre un posible romance entre ellos, pero lo único que se sabe es que fueron buenos amigos. El retrato de La dama de oro se considera una de las joyas más importantes de la Historia del Arte mundial. Sus aplicaciones en distintos tonos dorados lo hacen brillar y cautivan la atención del espectador; la mirada penetrante de Adele contempla algo de manera apacible y es secundada por los ojos egipcios del vestido que cubre su pálido cuerpo. Con una marcada influencia bizantina y japonesa, Klimt nos impuso una visión sensual de esta mujer que hechiza a cualquiera que ve la pintura. Cuando fue concluida, la obra pasó a adornar la casa de los Bloch-Bauer, pero su historia dio un giro inesperado. Adele murió en 1925 y en su testamento solicitó que, tras el fallecimiento de su esposo, su retrato formara parte de la colección del museo Belvedere. 13 años más tarde, con la entrada de los alemanes en Austria, los nazis se adueñaron de las obras de arte de los judíos adinerados. El propósito de esto, según los nazis, era capturar el arte forjador de la cultura vienesa y que se encontraba en manos extranjeras. La familia Bloch-Bauer no fue la excepción y sufrió las consecuencias más trágicas del Tercer Reich, algunos de sus miembros tuvieron que emigrar y otros murieron en campos de concentración, además sus posesiones fueron arrebatadas por el régimen. Tuvo que pasar mucho tiempo para que una descendiente de los Bloch-Bouer decidiera emprender una batalla legal contra el Gobierno de Austria y recuperar la pintura que se le arrebató injustamente a su familia. Tras la apertura de los trámites de restitución de obras de arte, Austria prometía eximir sus culpas y retornar a los verdaderos dueños las piezas de arte robadas; sin embargo, el retrato de Adele Bloch-Bouer había pasado a ser uno de los pilares de la sociedad y era considerado la Mona Lisa austriaca. La atención de la prensa internacional por el caso hizo que el juicio fuera complicado y lleno de sobresaltos. María Altmann, heredera de los Bloch-Bauer, apeló al sufrimiento del pueblo judío y a las injusticias vividas por su familia, por lo que luego de una larga lucha, al final del proceso consiguió que la corte fallara a su favor, y el lienzo de su tía le fue entregado. Esto no sólo le devolvió a su familia un poco de la dignidad perdida en Austria, sino que le permitió colocar el cuadro en un lugar especial para honrar la memoria de Adele. En la actualidad, la pintura se exhibe en la Neue Galerie en la 5ta avenida de Nueva York, ciudad que acogió con los brazos abiertos a todos los judíos que se exiliaron de Europa durante la Segunda Guerra Mundial.

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