Carga con un nuevo libro y ser "el esposo de Siri"
Se autodefine como un "dinosaurio" al que le gusta escribir a mano, evitar las computadoras y, además, hablar por teléfono. Desde su casa en Park Slope, Brooklyn, Paul Auster, donde vive con su esposa, la también escritora Siri Hustvedt, todavía disfruta del engranaje que se activa cuando lanza un nuevo libro, Auster habló sobre lo difícil que es publicar una obra que escapa a lo que pide el mercado, contó cómo lleva ser "el esposo de Siri" y cómo valora su ayuda cómplice para llevar adelante, a los 74 años, una exigente rutina creativa que en los últimos meses estuvo dedicada a abordar la vida breve e intensa de Crane, el escritor precoz, seductor e idealista, amigo de Joseph Conrad, que conoció el hambre y el éxito y que murió de tuberculosis a los 28 años.
La historia
de Crane, el "burning boy" como eligió apodarlo su biógrafo,
arde a lo largo de las casi mil páginas del libro y arde, también, en un juego
que trasciende lo más ramplón de la identificación, la literatura del gran
autor detrás de "El palacio de
la Luna" o "El país de las últimas cosas".
- En
las primeras páginas de "La llama
inmortal de Stephen Crane" cuenta que lo
primero que le llamó la atención sobre él fue que hubiera logrado escribir
una obra tan prolífica de forma
precoz y, además, su capacidad para trabajar en
varios asuntos a la vez. ¿Por qué tenía ese poder" ¿Llegó a alguna
conclusión?
- Aún no tengo una explicación. Crane es diferente al resto de los
mortales. Tenía una energía eléctrica y eso salía de su cuerpo todo el tiempo.
Estaba tan vivo y tan alerta que estaba capacitado para entrar y salir de las
cosas de una forma mucho más hábil y rápida que el resto de nosotros. Era
corajudo. Y todavía no puedo creer la cantidad de trabajo que dejó.
- En
algunos tramos da la sensación de que trata a Crane como un personaje de
ficción. Por ejemplo, deja en claro que las personas que lo conocieron tenían
distintas opiniones sobre él. Por otro lado, no hace falta ser un especialista
en literatura norteamericana para engancharse en la lectura. ¿Acaso escribió
una biografía con los recursos de la novela?
- No.
Si me atengo a lo más estricto, este libro pertenece a la no ficción, es una
biografía y traté de seguir los hechos objetivos que investigué durante mucho
tiempo. Para mí lo más importante fue entender a Crane como ser humano, no como
escritor. Como todos sabemos, la gente es compleja, tienen distintos lados y
actúa con contradicciones. Y Crane tenía mucho de eso. Para poder hacerlo, tuve
que tratar de imaginarme a mí mismo como Stephen Crane, meterme en su mente.
Cuando escribo mis novelas hago lo mismo con estos seres imaginarios que trato
de traer a la vida y entenderlos. No manipulo a mis personajes porque no son
marionetas con hilos que puedo controlar, los trato como a personas reales. Y
cuanto más trabajo en una novela, más profundamente penetro en los mecanismos
de la conciencia de mis personajes. Y lo mismo me sucedió mientras escribía
sobre Crane, empecé a entender todos los pedazos de su vida para poder hacerme
una idea de cómo era él. En ese sentido, entonces, sí, fue como escribir una
larga novela. Pero bueno, ¡había hechos que tenía que seguir! Entonces, creo
que usé ambos mecanismos en este libro.
- Perros, caballos, soldados, fútbol americano, béisbol, cigarrillos y contar
historias. La mayoría de las personas abandona sus intereses de la infancia,
pero Crane no lo hizo. ¿Qué pasó con sus intereses infantiles? ¿Conserva
algunos?
- Muchas de las cosas que me gustaban de niño, me siguen gustando y sí, comparto
muchos gustos con Crane. Jugué mucho al béisbol cuando era joven, ahora que soy
viejo sigo de cerca lo que pasa en la liga profesional y miro mucho eso de
noche. Sigo tan interesado como de joven. También empecé a escribir muy joven y
lo sigo haciendo. Fumar fue una de mis grandes obsesiones, no empecé a los seis
como él, sino a los quince, pero fumé durante cincuenta años. Y me interesó
tanto el tema que hice una película. Ya no fumo porque estaba tosiendo mucho
así que tuve que dejar. Pero uso un vaporizador y todavía disfruto de mi
nicotina. Los perros me encantan y escribí un libro desde su punto de vista.
¡Los caballos y los soldados, en cambio, no me importan nada!
- En el comienzo de su carrera, Crane amenazó con quemar "La roja insignia del valor" si era rechazada otra vez. Aquella parte de la biografía me recordó a "Mientras escribo", el libro en el que Stephen King cuenta cómo es su proceso creativo y muchísimas anécdotas sobre una rutina de fracasos casi deportiva ¿Se sintió rechazado en los primeros años? ¿Cómo hizo para lidiar con eso?
- Al
igual que le sucedió a Crane, al principio mi trabajo era difícil de publicar,
me decían que no. Ahora me resulta gracioso recordar como 17 editoriales
rechazaron la primera parte de la "Trilogía de Nueva York". Pero fue una gran enseñanza. Sí,
fue difícil, no me gustó nada. Pero al mismo tiempo, me hizo pensar mucho en
por qué escribía y por qué lo estaba haciendo. Entendí que escribía porque
tenía que hacerlo. No lo hacía para tener dinero o ser famoso. Escribía porque
no había otra opción. Estaba forzado a hacerlo. Entonces, a pesar de que me
rechazaron la primera parte, escribí la segunda y recién a la tercera lo
aceptaron. Para entonces, me había convertido en otra persona. A partir del
fracaso en mis primeros años, logré entenderme a mí mismo. No es fácil
atravesar ese proceso. Algo de todo aquello me quedó porque no destruyo nada de
lo que escribo: siempre hay algo bueno, sé que algún pasaje podré usarlo
después. En la "Trilogía de Nueva York", sobre todo en los primeros dos
libros, hay material que escribí cuatro o cinco años antes.
- Ahora
traducen sus obras a cuarenta idiomas. ¿Vive el éxito como una suerte de
venganza de aquel joven que no lograba publicar?
- En
cierto modo, sí. Es feo admitirlo, pero cuando pienso en aquellas editoriales
que me eran esquivas de joven, siento un poco de ese tipo de placer que da la
venganza. También, me hace pensar en este sistema de decisiones. ¿Quién y cómo
decide esto? En general, tiene que ver con dinero. Cuando ven un libro
poco usual que no cierra con la idea de exitoso, lo rechazan. A mí no me decían
que mi trabajo era malo, sino que era extraño. Algunas de estas editoriales, me
sugerían, por ejemplo, que cambiara un final y que de esa forma me lo
publicarían. Y yo decía: ¡No voy a cambiar ni una coma!
- Hace, a Siri, su esposa, se le preguntó cómo es ser "la mujer de Paul Auster". Había ido cambiando con el tiempo y cómo había aprendido a llevarlo. ¿Cómo es ser "el esposo de Siri
Hustvedt"? ¿Cómo se ayudan en la tarea creativa?
- En
una primera etapa, nos dejamos tranquilos: trabajamos con nuestros pensamientos
y proyectos solos. Después, tenemos conversaciones informales, nos contamos.
Pero el servicio más importante que nos damos es que somos el primer lector del
otro. Cuando estoy escribiendo algo, le pido que se siente en una silla y me
escuche leerle en voz alta. Ella me escucha con mucha atención y después dice: "Hmm, no creo que esa palabra funcione" o "no has desarrollado la idea, necesitas otro párrafo". Son cosas así, que son de mucha ayuda. Y cuando
termino de escribir, le doy el manuscrito. Cada vez que me ha hecho una
sugerencia, tenía razón y lo he cambiado. Siri siempre
tiene la razón. Y yo hago lo mismo para ella.
Somos críticos el uno con el otro porque valoramos nuestro trabajo y creemos en
lo que hacemos.
- ¿Ser los primeros lectores es una de las formas que adopta el amor?
- Sí,
supongo. Se siente un poco así. Pero por otra parte, esto es de escritor a
escritor, de inteligencia a inteligencia. Es riguroso. No hay nada suave ni muy
cercano al halago porque no esperamos una palmada en la espalda.
- En
aquella oportunidad, Siri dijo: "Amo mi cerebro por la mañana". ¿Cómo se comporta su cerebro?
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